Grito y grito y no oigo más que silencio. O una nota prolongada dentro de mi cabeza, en el sitio donde se crean los delirios. Soy el susurro de sus miradas y el silencio de sus ojos, que no soy nada si no me canta, y no soy nada si no le tengo.
Dime una vez más adónde pertenezco que yo ya lo sé. Que pertenezco a mí misma, y me odio por ello. Y me encuentro otra vez cara a la pared. Mirando fijamente esa sombra que siempre creo y que siempre me destruye.
Yo es que no soy algo material, no digo que sea algo superior, sino al contrario, no llego a piel, no llego a hueso.
Mis sentidos no funcionan y mi cerebro va un poco lento. Soy un poco psicópata cuando quiero, demasiado emotiva cuando me lo propongo.
Y es que no soy nada sin sus canciones, no soy nada sin mi rebelión interna. Que mi vida es un cúmulo de cicatrices que se entrecruzan, creando un mapa indescifrable formado por estúpidos laberintos que no llevan a ninguna salida.
Soy un puto dibujo mal hecho y ¿qué le voy a hacer? Si lo abstracto es lo que se lleva, si no me entiendo ni yo, si no me he entendido nunca. Pero da igual.
Porque existen estas manos para crear lo que yo siento, lo que se supone que siento, porque yo no siento nada, lo juro. Soy sólo una actriz en el teatro de la vida. Una actriz muy mala, además.
Releo mis palabras y me sorprendo. Nunca recuerdo lo que escribo igual que no recuerdo lo que sueño. Mis manos escriben más rápido que yo y mis textos son un reflejo de mi alma. Aunque a veces ni yo misma sepa desentrañar su significado. Igualito que en un sueño.
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