Y soy yo quien vuela tras tu rastro de celofán y caramelo. Que me tengo anonadada, enganchada y encarcelada ante tanto que observar. No me da tiempo a deletrear, no lo podría describir, es un mundo paralelo escrito en hielo y tapiz.
Vuelo tras esos ojos degollados, que supuran amor y paz, en un mundo estropeado, donde ya no hay nada que admirar. Pero siguen ahí esas tripas, que huelen a sol y calma, sin desteñir nada de sangre, desangrándose sólo en llamas.
Me prohíbo terminantemente abrir los ojos. Los míos. Tengo unos ojos que ven más de lo que quisiera, y estoy mucho mejor cuando los dejo bien cosidos a mi alma. Es mejor retorcerse de curiosidad que descubrir el asco que puede llegar a dar el exterior. Prefiero quedarme en mi sosiego, ducharme de luz, mancharme de amor.
Y no son sólo los italianos aquellos que saben amar, que los que no somos ciegos también nos enteramos de qué va el cuento: unas cuantas gotas de química, algo de sexo, un poco de confianza y tacháaan, tenemos una relación estable ¿hasta cuándo? ¿qué pasa cuando falla algún elemento? ¿se reemplaza aumentando la cantidad de otro? No lo sé. Pero cuando lo descubra os lo digo.
Mientras tanto seguiré desafiando al tiempo volando a la velocidad de la luz, porque amar se ama hasta que guardas las alas.