Sí, reconozco que más de una vez me retorcí en brazos ajenos, y no por crear dolor. No me refiero a infidelidad, no al menos física, sin darme cuenta me entregué al mal de otros ojos que quisieran ayudar a esta pobre infiel, pero infiel consigo misma. Más que nada me sentí abucheada. Lo que ya tenía no me bastaba. No me es suficiente nunca nada. Lo que consigo es estúpido, siempre hay una meta inalcanzable. El mundo parece tan descosido que no me da tiempo a levantarme. He llevado mucho peso a rastras, peso que he inventado, como siempre, y mi vida me dice que no puede más. Mi alma se echa a llorar. Pero yo no tengo de eso. Soy un ser inerte, creado por un dios inexistente, que mira a través de los ojos de un cuerpo humano, como cualquier otro, como cualquier día, como cualquier noche. No me drogo por miedo a ver la verdad. Alucinar ya de por sí no se me da del todo mal. Grítame, grítame, por favor. Que cuando lo haces siento que ya no soy yo. Olvido mi cuerpo. Todo es una obra de teatro. Soy un espectador de mi propia vida. Y aplaudiré hasta que caiga el telón.
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