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O para siempre o nunca más


Me suspiró al oído antes de que le pudiera amar. Yo ya no recordaba cómo era. No recordaba el ruido, ni los amaneceres. Me estremecí con el roce de su barba de tres días y su olor a puras ganas de dolerme. Le miré de reojo. Le sonsaqué una sonrisa, de las de verdad, de las que dan calor. Tenía el pelo negro, pero el color de sus ojos no lo supe adivinar. Me conquistaba su manera de estar. Natural, como si no tuviera cuerpo, como si estuviera en un segundo plano, en otro planeta. 

Sus labios sabían a hablar en francés, pero yo eso no lo sabía. Sus manos tocaban como si siempre fuera la última vez. Me rozó con la cara, me pudieron las ganas, me sentí desgarrada, me eché encima suya, le besé hasta el alma, me derrotó, me deshice en sus manos, empapé de lágrimas el sudor de los dos. Y ahí estaba yo. Con el vestido a medio quitar, el maquillaje derretido, mis manos en su pecho y con la sensación de haber cometido un crimen. Me dejé caer en su hombro, en su interior. Dejé que me conociera con las manos. Acarició mi pelo, recorrió mi espalda, me apretó contra él, y antes de que me diera cuenta ya era suya otra vez. 


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