Fue.


Fue ese día en el que te conocí. Las calles estaban vacías y el cielo estaba gris. Yo llevaba un vestido de verano y tú unos vaqueros y una mirada perdida. Te revisé de arriba abajo. No llevabas gafas de Sol, lo que implicaba que no te molestaba que esa luz tan irritante de los días nublados te cegara. Eso me gustó. No ibas del todo afeitado, tampoco llevabas barba. Un hombre normal, me dije. Y me gustó. En tu camiseta, raída por el paso de los años, ponía Rock'on. No supe muy bien qué significaba eso, pero ponía Rock. Y sonreí. Te sonreí por primera vez y sentí ese escalofrío de cuando te besan en el cuello, un poco de frío y algo de vergüenza. En seguida aparté la mirada de tus labios, en los que asomaba una leve sonrisa. Conseguí darme cuenta de que estabas pensando en mí. Ya no eras un extraño con el que me había cruzado, eras mi extraño. En ese momento sentí que me tatuaría mil frases por ti, que lo daría todo por verte feliz, que sólo conseguiría sonreír si eras tú el que me lo provocaba. Quería que me hicieras cosquillas, que me escribieras cartas. Quise, por un momento, que me amaras.

Sólo fue un cruce de miradas, un par de sonrisas y un poco de aire entre los dos, pero aún así... Se me desvanecía la felicidad cuando pensaba que no te volvería a ver. Que era una ciudad grande, que no te había visto antes. Que esto no podía acabar como empezó. Tenía que hacer algo, y entonces, lo hice. Tiré todos los libros que llevaba entre brazos, esos mismos que había apretado unos segundos antes al verte sonreír. Los esparcí como pude por todo el pavimento, con la esperanza de que te giraras a ayudarme. Te diste la vuelta, me miraste extrañado, pero ya no como un extraño. Me ayudaste a recoger los libros del suelo y los pedazos de mi vida. Reconstruiste por primera vez mi corazón.


1 comentarios:

Lied dijo...

Me encanta

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